lunes, 13 de enero de 2014

Lola y Pandora

Esta es otra de esas historias de vaca buena/vaca mala. Típico. Pandora es negra y notablemente más grande que Lola. Cara de vaca, cuerpo de vaca, patas de vaca, incluso cola de vaca, lo normal -para una vaca-. De vez en cuando abre la boca, saca la lengua y balancea cadenciosamente su cabeza, de ese modo llena sus lomos de saliva y espanta las moscas. No conozco su historia personal, pero no se atisba ni una pizca de piedad o ternura en sus ojos morochos. No entiende los mimos que ridículamente le doy. Indiferencia pura. Y a mí me duele porque yo, por un momento, quiero sentirme la mujer que susurra a las vacas. No da. Sin embargo, entiende perfectamente de dónde sale el choclo que le damos y, cuando te descuidas, te atora la puerta del almacén con toda la complexión vacuna de la que dispone. Detrás de ese caparazón de hierro se encuentra un corazón que bombea granos de maíz dulce. Y detrás de eso no parece haber nada más. Llega puntual a ser ordeñada y, ambiciosa, solicita el pago por adelantado. No parece que le guste ser ordeñada (y ¿a quién si?), pero es el coste de su adicción. Todas lo tienen. De vez en cuando cruza su pata por delante de las ubres en señal de protesta. Por supuesto, en cuanto traga el último choclo cabecea y patea para que le des más: La leche no es un regalo, por si no te quedó claro. Toma un tiempo y una pala alejarla del lugar a gritos. Después llega el turno de Lola. Por Darwin que es más chiquita y sumisa. Lola es una dulce, se deja hacer, tiene menos leche y más paciencia, soporta que le estrujen incluso algunos segundos después de haberse terminado la comida. Todos amamos a la Lola porque es fácil hacerlo. A Pandora no la entiendo, no entra en el rango humano de amabilidad, no es suave, es una jodida, es mala leche, pone sus límites, vive su vida de vaca como lo que es. Me descoloca, me incomoda, intento entenderla, pero no sé. La verdad es que prefiero ordeñar a Lola, es un descanso.  No obstante, al final de la jornada, la que se queda en mi cabeza, con la que sueño, la que se mete de alguna forma en mi vida, es la negra Pandora. 
Si será jodida.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Ella

Sé que alguna vez ha estado cerca. Quizás detrás de mí, a veces a un lado; otras me adelantaba y la veía alejarse. Si la busco es porque en algún momento me pareció reconocer en ella todo lo que me estaba esperando. Cuando nos encontrábamos tiraba de mi mano hacia arriba y en ese juego las cosas parecían adoptar otras formas y tamaños. No hablo de las cosas que se tocan, pero tampoco podría decir de qué cosas hablo. En el ascenso algún pie se enredaba del telón y descubría la estructura que sostenía todo: un armatoste hecho con palos, tornillos y cinta. Cubierto parecía tan sólido y de pronto se notaba la ridiculez del invento. Era doloroso percibir tanta fragilidad. Con tanto esmero había construido la seguridad de alguna convicción. Tanta salvación pactada a golpe de clavo y martillo.

Cuando ella se va, vuelven las dudas a exigir el cemento que las contenga. Temen no encontrarse en los límites. A veces resulta difícil pedirles que la esperen, que está llegando y que entonces agradecerán el vuelo que las haga sentir dueñas de un lugar en el mundo y no inquilinas entre cuatro paredes.

Yo me cansé de esperar y me puse a buscarla.


martes, 3 de diciembre de 2013

Mesa 3

No sé si soy escéptica o creyente, algo de eso tengo. Robotito sensible, inevitablemente (?) contrariada. Si al menos esas partes se amigaran... Pero la racional se ríe de la mística, de sus ritos y creencias, de sus remedios de la abuela, de sus por si acaso, de su ridícula ingenuidad y sus improductivas formas de perder el tiempo. Detesta su risa inadecuadamente alta, sus bailes, su ligereza boba. Desde el otro lado del ring la mística aborrece a la racional con su vida predecible y medida, con su ciencia necesaria, con su suficiencia tan deshabitada, su utilidad y su gravedad de los hechos. Detesta su prepotencia, sus juicios, su falsa sensación de seguridad. La Una envidia las pasiones, la Otra envidia la sobriedad. 

Delimitan sus tierras y me convierten en un mapa pequeño lleno de fichas de color y estrategia. Discuten cada día por un reino que no existe. Por ser la primera en pasar a un lugar sin puertas. Por ser la que se queda en un hogar que en realidad no tiene paredes. Por conquistarme para siempre. 

Y yo, podrida ya de tanto grito de guerra, de tanto muro sobre nada, me puse a maquinar un plan infalible. A una le dije que se presentara a las 21:30 en el bar de la esquina porque se celebran unas jornadas de reflexión sobre la reflexión; a la otra le dije que fuera al bar de la esquina a las 20:30 (seguro que llega tarde), que le espera un chico muy atractivo. Todo mentira. En realidad van a ver un teatro de mimos. Les reservé la mesa 3. Durante una hora deberán guardar silencio la una junto a la otra. Mantener la compostura. Olvidarse. Espero que se relajen y disfruten, simplemente. A ver si con eso, al menos, se callan durante un ratito. 

Y brindo por más encuentros.



lunes, 2 de diciembre de 2013

Perspectivas



 No viajo para huir de la vida sino para que la vida no huya de mí. O eso creo que significa la frase (la magia de no usar google traductor). Me parece una forma hermosa de pensarlo, así que (casi) sin averiguar si es así o es otra bonita manera de engañarse, la introduzco entre mis distorsionadas y favoritas formas de ver.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

¡Eu!

Caminaba por la calle con rumbo fijo cuando me encuentro de frente con dos chicos. Tendrían unos once o doce años. Chico 1 era más alto y fumaba, en este caso no será relevante para la historia. Un paso más tarde llegaba Chico 2, petisito, nuestro gran protagonista. En la farola de la esquina había una bicicleta atada. Chico 2 se para un momento a observarla y decide al toque que quiere robarle la espuma del manillar donde uno apoya más cómodamente las manos. Cuestión de segundos. Yo lo veo, pienso y no digo nada. Un señor desde su auto lo ve y exclama:

-¡Eu!
No es suficiente para captar completamente nuestra atención.
-¡Eu!- insiste.
Ahora el petiso le mira y yo también.
-Dejá eso- le dice.
-¿Por qué?- le pregunta Chico 2.
-Porque sí- contesta firme el señor del auto.

Entonces Chico 2 lo deja.

La espuma sobre la que uno apoya más cómodamente las manos sigue en su lugar. Los chicos continúan su marcha. El señor del auto prosigue camino.
Sin haberme detenido apenas, yo llego a mi destino.

lunes, 14 de octubre de 2013

Mañana, tal vez.

Estamos tan acostumbrados a contarnos constantemente que es difícil mantener el silencio sin que resulte sospechoso. Los que te esperan a una frecuencia más o menos constante piensan que pasa algo. Y seguramente pasa. Entonces hay que decir cosas como “no he tenido tiempo” y “estoy muy liada”. Cuando en realidad lo que pasa, y más cuando estás lejos, es que pararse a contar tal y como te gustaría y a todos los que te gustaría ocupa tanta vida que no se le deja entrar a la vida que estás contando. No se puede todo. Yo creo que a la nueva hay que invitarla con la puerta bien abierta, sin interrupciones, sin mirar cada dos por tres el teléfono. Tomarse el día libre (la semana, el mes) y atenderla, en este caso ofrecerle un mate, permitirle sus rarezas de desconocida, negociar incomodidades, bancarse su forma de ordenarlo todo diferente: la leche donde el pan, la sal donde el orégano. Esta tipa loca. ¿Por qué la habré invitado?

Claro que si te quedas con ganas de saber lo que pasa por fuera te cuento que hoy, casi seguro, comí milanesa o arroz o palta o pasta o pizza (quizás una combinación perfecta de todo ello si es domingo o feriado). Posiblemente no me abrigué lo suficiente y me he vuelto a resfriar. Últimamente soy la pesadilla de cualquier abuela. Todavía no encontré trabajo pero sí me pasaron el dato de un tipo que es amigo de otro y que tal vez conozca a alguien que pueda ofrecerme algo. Existe una alta probabilidad de que haya milongueado a la noche y dormido hasta bien entrado el medio día. Hoy tampoco leí todo lo que quería leer, ni salí a cazar historias de la gente, ni me apunté al gimnasio. No hice casi nada de lo que debería hacer. Hoy también te diré: acabo de llegar, estoy ubicándome.


Por lo demás (lo de aldentro, que diría mi amiga Hanna): Tiempo, tiempo -todos parecen invocar al mismo dios-. Tiempo que le dé sentido a todos estos fragmentos mejores y peores, todos míos. Aún no tengo resultados, ni el informe estará mañana sobre tu mesa. 





to be

Irse o Volver: mismo movimiento, diferente centro. Irse de un lugar propio o volver a él.

Llegué.

Hola ¿cómo andás?
Bien, maso. ¿Y tú?
Bien, todo tranqui.
¿Qué hacés acá? ¿Volviste?
Sí, estoy buscando trabajo, me gustó la vida aquí.
Mirá vos, che, qué bueno. ¿Y hasta cuándo te quedás?


Van pasando los días, van pasando más rápidos que yo, incluso. Voy girando la cabeza para ver. Entra y sale gente, yo no sé qué cara tengo, ni cómo estoy, ni qué quiero. Llegué, pero a lo mejor todavía no estoy.